En un mundo donde el brillo de Hollywood a menudo opaca las complejas narrativas de sus estrellas, la vida de Robert Downey Jr. se despliega como un entramado de luz y sombras, de altas cimas y profundos valles.
María Friggeri
En una entrevista exclusiva con People, tras recibir su primer Oscar por Oppenheimer, el actor declaró, feliz: “Nací para hacer esto”.
Susan Downey, su esposa y pilar a lo largo de incontables desafíos, añadió: “No nos vengan a explicar qué es una montaña rusa”, en alusión a las difíciles experiencias que han moldeado su vínculo de 18 años. Esta amalgama de visión optimista y recuerdos de sus batallas pasadas ofrece una ventana hacia el alma de un hombre que ha navegado por el pináculo del éxito y el abismo de la adversidad, y logró emerger con una renovada apreciación por el arte, la familia y la vida misma.
Nacido el 4 de abril de 1965 en la ciudad de Nueva York, Downey es heredero de una rica tradición artística, con raíces que se hunden en las disciplinas del cine y la actuación a través de su padre, Robert Downey Sr., un renombrado cineasta, y su madre, Elsie Ann Ford, una talentosa actriz. Desde su más tierna infancia, la vida de Downey estuvo marcada por el arte, pero también por una oscura compañera: la adicción.
En Greenwich Village, donde creció, Downey experimentó con la marihuana a la alarmante edad de seis años, un regalo envenenado de su propio padre. Este acto cimentó un vínculo perverso entre ambos y marcó el comienzo de una batalla contra la adicción que se extendería por décadas. A pesar de este complicado inicio, la determinación y la resiliencia se tejieron tempranamente en el carácter de Downey.
Para perseguir su pasión por la actuación, abandonó la educación formal y se sumergió de lleno en el mundo del teatro y la pantalla grande. Su talento innato no pasó desapercibido, y pronto se labró un nicho entre las promesas de Hollywood. Trabajó en películas que marcaron los ochentas, como Ciencia loca (Weird Science), de John Hughes, y The Pick-up Artist, de James Toback. Fue su interpretación de Charlie Chaplin en 1993 la que le valió una nominación al Oscar, un reconocimiento que presagió la carrera que estaba destinado a tener.
Sin embargo, en el vertiginoso ascenso de Downey a la fama, la adicción se convirtió en una sombra implacable. Llegó a enfrentarse a la justicia en numerosas ocasiones, y un período de su vida quedó marcado por estancias repetidas en institutos de rehabilitación e incluso, en una ocasión, en la cárcel. Pero fue en este torbellino de adversidad donde Downey encontró un inesperado ángel guardián en Susan Levin, una productora que no solo conquistaría su corazón sino que se convertiría en la piedra angular para su resurrección personal y profesional.
Juntos, Robert y Susan Downey formaron un dúo potente que creó éxitos taquilleros mientras forjaban un sólido matrimonio basado en el apoyo mutuo. Susan fue la brújula que guió a Downey de vuelta a la luz, reflejando una historia de amor que traspasa lo personal para infiltrarse en cada proyecto que emprenden juntos. Como el actor mismo lo expresa en su entrevista con People: “Ella me encontró como a una mascota de rescate que gruñía y me amó hasta devolverme la vida. Por eso estoy aquí”. Esta reveladora admisión no solo subraya su profunda gratitud sino que también destaca la transformadora potencia del amor.
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