La exitosa película Oppenheimer del director Christopher Nolan, además de su calidad cinematográfica premiada con siete estatuillas del Oscar, es inevitablemente también un recordatorio de la permanente amenaza sobre la humanidad que existe desde la creación del poder destructivo nuclear hace ochenta años.
La fuerza apocalíptica de estas armas, desarrollada desde el comienzo de la Guerra Fría entre sus dos actores principales, EE.UU. y la URSS, pronosticó que una guerra entre ambos sería un pacto suicida. De allí, una geopolítica en la que priva la teoría denominada MAD, Mutually Assured Destruction, disuasiva del empleo de este recurso. La misma pasó su prueba crítica en 1962 con el emplazamiento de misiles nucleares soviéticos en Cuba, un escalofriante episodio, que se resolvió retirando los misiles a cambio de que EE.UU. renunciara a invadir la isla y, de paso, retirara sus armas nucleares que amenazaban a la URSS desde Turquía.
Christofer Nolan declaró haber realizado el film motivado por la hoy poca atención y nulo activismo mundial ante la latente amenaza nuclear. Ciertamente, la hipótesis del MAD ha sido asimilada como una suerte de seguro de la humanidad contra una eventual conflagración nuclear.
Pero el cuadro mundial del poder nuclear puede ser algo más preocupante. De acuerdo a The Federation of American Scientists, hoy unas 12.700 armas nucleares están repartidas entre nueve países: Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Israel y Norcorea. Como advirtió J. Robert Oppenheimer, la innovación científica es irrefrenable y la misma llevaría a mayor sofisticación de armas, entre ellas, algunas de “carácter táctico”. Como esas con las que Putin ha amenazado a Europa dos veces en las últimas semanas.
La aprensión que esto despierta nos hizo recordar otra exitosa creación cinematográfica, Doctor Strangelove (1964), de Stanley Kubrick, en la que, con sarcástico humor, se advierte el riesgo de que un insano jerarca desate una guerra nuclear…