Luis Eduardo Martínez: Una cruel realidad, la concepción de una nueva narrativa democrática

El lunes 29 de mayo, el presidente de Brasil, Luiz Ignacio ‘Lula’ Da Silva, recibió al dictador venezolano Nicolás Maduro, en el Palacio de Planalto. Tras ocho años sin viajar a Brasil, Nicolás Maduro fue nuevamente invitado a las cortes del poder latinoamericano. Ante los medios, Lula aseguró que “contra la gente se construyen narrativas. Nicolás Maduro sabe muy bien la narrativa que han construido contra Venezuela. Ustedes saben la narrativa que han construido sobre el autoritarismo y la antidemocracia. Ustedes tienen como medios de comunicación deconstruir esa narrativa”. Esta misma semana, otros 10 jefes de Estado de la región llegaron a Brasilia para pactar avances en materia de integración sudamericana. Para pactar la nueva normativa que reglamenta y normaliza el balance de poder en la región. El balance de poder en las Américas está cambiando, a consecuencia del declive del poder internacional de EE.UU. y el ascenso de nuevos actores en la región, como Rusia y China. Y por más que enardecen las declaraciones del presidente de Brasil, la realidad es que si se construyó una narrativa, y se está escribiendo una nueva, con base en el nuevo orden mundial. Y la realidad que sufren los mortales es solo tangencialmente relevante a los intereses de la corte y sus aduladores que impulsan la narración.

Narrativa de poder

La realidad es que, en general, las ideologías no son más que narrativas que justifican una particular distribución del poder en una sociedad. Se puede argumentar que los reyes de Europa se apoyaron en la religión para legitimar sus monarquías. De la misma manera se puede alegar que los próceres de nuestras independencias fueron unos maestros al diseñar una narrativa de revolución, patria y libertad, para legitimar un nuevo gobierno conformado por una nueva corte/élite local.





En Venezuela, por ejemplo, inicialmente se utilizó una narrativa en contra de la ocupación francesa de la península ibérica por parte de las fuerzas napoleónicas, para movilizar a la población venezolana en defensa de la corona española. Fue solo tras el fracaso de los autodenominados revolucionarios que la narrativa evolucionó y se afinó para producir la narrativa de la libertad, la soberanía y la república. En Panamá el proceso de independencia también fue en realidad mucho menos romántico de lo que el Estado actual quisiera recordar.

De manera similar, en el siglo XX y XXI, el sistema internacional, diseñado y controlado desde Washington y en menor medida Bruselas, ha empleado narrativas que han ido de manera escalonada evolucionando la ideología que justifica el orden y la jerarquía entre las naciones. Desde luego que se puede decir que esto no es sino producto de la maduración de ideas y ajustes a circunstancias.

Entre 1940 y finales de 1960, desde prestigiosas universidades de EE.UU. y de grandes capitales de Europa se promocionaron las teorías de modernización y la democracia. La fórmula era sencilla: los países pobres del mundo deben construir puertos, aeropuertos, carreteras, industrializar sus economías, y adoptar la democracia como modelo político. La narrativa para justificar las teorías de la modernización también eran sencillas y claras: la democracia permite el torneo electoral, que disminuye el potencial de un conflicto armado y violencia política, y la construcción de infraestructura crítica permite el flujo de bienes, por ende el crecimiento de la economía. Ambas recomendaciones prometían una mejor calidad de vida para la población de los países pobres, definición que, dicho sea de paso, también forma parte de la narrativa de jerarquías de poder.

En los años 70-80 las élites políticas y económicas a nivel local en América Latina movilizaron a la población con una nueva narrativa con la finalidad de aumentar la fracción de poder de los gobiernos de la región vis-a-vis las grandes potencias del mundo. Allí fue cuando surgieron las teorías de industrialización por sustitución de importaciones y los procesos de nacionalización de recursos naturales, entre otras reformas políticas y económicas. Luego, desde Washington y Bruselas nació la narrativa de los derechos humanos, corrupción y gobernabilidad, que es justificable, pero hay quien especularía, sirve para socavar el poder acumulado de los países del tercer mundo.

La razón de ser de las narrativas no las vacía de peso moral propio. Para que las narrativas movilicen a las personas tienen que ser eficaces en encausar las frustraciones y los sueños de una diversidad infinita de personas. Esa eficacia debe producir realidades materiales o apelar contundentemente a la psicología de la población. Y es más, las narrativas, una vez empleadas por los poderosos, cobran vida por sí solas en la mente y los corazones de las personas.

Balance de poder

Las declaraciones del presidente de Brasil con respecto a la crisis en Venezuela deben ser entendidas como una afronta al poder que sustenta el entendimiento de democracia y derechos humanos, que se supone predomina a nivel mundial. La decisión de Lula de incluir a Maduro en su convocatoria para la cumbre de presidentes sudamericanos y calificar como democracia al régimen de Caracas contradice la narrativa oficial de EE.UU. y la Unión Europea. De las 11 delegaciones presentes en Brasilia, solo dos mostraron disenso con el mandatario brasileño. El presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, fue impecable en objeción y en total apego a las normas diplomáticas y la cortesía requerida por el nivel del foro. El presidente de Chile, Gabriel Boric, recriminó que se obviara la realidad que viven los migrantes venezolanos en su país a causa de la dictadura en Venezuela. Pero al mismo tiempo pidió el levantamiento de sanciones económicas contra el régimen de Maduro. El gobierno de Washington no comentó sobre las declaraciones de Lula ni la inclusión de Maduro (¿apoyo tácito a la narrativa?).

El presidente de Brasil dejó claro dos cosas durante la cumbre. Evidenció que el interés de EE.UU. en cuanto a la democracia y los derechos humanos es un adorno útil para los intereses de poder de Washington. Y que el balance de poder a nivel internacional está cambiando de eje. EE.UU. ya no es el mayor socio comercial de Sudamérica, es China. La narrativa de democracia y derechos humanos no está generando la realidad material ni el efecto psicológico para movilizar a las poblaciones de las Américas. Una narrativa pro-China y anti-americana prevaleció en los últimos comicios electorales en Colombia, Argentina, Brasil, Chile, Bolivia y Perú.

Y como si fuera poco, entre los compromisos firmados por las 11 delegaciones sudamericanas se encuentra la creación de una moneda regional para el comercio interamericano. La razón de ser principal de esta nueva moneda sudamericana sería la de evitar tener que utilizar el sistema bancario y legal de EE.UU. para transacciones entre países, evitándose así las sanciones financieras de la OFAC. Es claro que el balance del poder en América Latina está cambiando y está siendo impulsado por un nuevo discurso político que está evolucionando y afinando su lógica.

Concepción del nuevo orden mundial

Aunque pueda ser un poco incómodo, es necesario subrayar que Lula acertó cuando dijo: “los mismos requerimientos democráticos que el mundo le exige a Venezuela no se los exigen a Arabia Saudita”. Al igual que en su momento los próceres de la independencia iniciaron la concepción de las narrativas independentistas desarticulando la lógica de la narrativa existente que justificaba el poder de las monarquías, los iliberales han explotado las hipocresías e inconsistencias del liberalismo para, poco a poco, desmantelar el poder del orden mundial establecido por EE.UU. y la UE.

Y no nos confundamos, Lula, Petro, Boric, Maduro, Putin, Assad y Bukele no son los líderes del nuevo orden mundial ni sus acciones son comparables con las hazañas de nuestros próceres…o por lo menos no son así reconocidos. El vencedor en este reajuste del poder a nivel internacional será quien escriba la historia. Y esta puede ser la historia de la reivindicación del autoritarismo y el liderazgo del partido único como nuevo sistema democrático (así es como China se autopercibe: una democracia con un partido único) o la más bien historia de la resiliencia de la democracia liberal. Es muy preocupante que en la concepción del nuevo orden mundial, EE.UU. o mantiene silencio o ha decidido negociar con tiranos…, todo menos defender el orden que construyó. Algunos por resentimiento u hostigamiento dirán como Kant: “si la verdad los mata, deja que mueran”. Otros escogen vivir en el dulce sueño del idealismo. Y los demás están condenados por ser parte de los desapoderados del nuevo orden mundial.