León Sarcos: ¿Qué hacer con América Latina?

El conocimiento tiene que ver con la evolución de la técnica y las ciencias y la cultura es algo anterior al conocimiento, una propensión del espíritu, una sensibilidad y un cultivo de la forma que da sentido y orientación al conocimiento. Se entiende que la cultura se transmite a través de la familia y si esta deja de funcionar, el resultado es el deterioro de la cultura, afirma Mario Vargas Llosa. 

Jean Piaget psicólogo suizo agregaba que, luego en la escuela, el principal logro debe ser que hombres y mujeres sean capaces de hacer cosas nuevas, no simplemente repetir lo que las generaciones anteriores lograron. Si una de nuestras fortalezas -está comprobado-, más valiosa y productiva es la buena literatura, ella debería ser una de las principales herramientas didácticas para ayudar en la formación de las promociones del futuro.

Un mestizaje que no termina de madurar





 No podemos esperar siglos enteros para que culturalmente se sedimente lo mejor de nuestro mestizaje. Tiene que haber una política y unos incentivos para que lo indeseado de la herencia cultural española se transforme, la del indígena se matice y deje de ser solo contemplación melancólica y ocio, y la del negro se moldee más allá de la alegría y el músculo y se convierta en serena y profunda reflexión.

Lo mejor de la inteligencia latinoamericana coincide en el enorme potencial creativo de esta cultura. Pero primero que todo, como dice uno de nuestros estimados Nobel, Gabriel García Márquez: una característica que nos unifica y nos singulariza, con respecto a los demás continentes, es la creciente necesidad de saber quién carajo somos…

Y aquí coincide con Octavio Paz en el diagnóstico, no en el camino: la interpretación de la realidad con esquemas ajenos solo contribuyó a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios.

Como el título de la canción del compositor mexicano José Alfredo Jiménez, el Gabo siempre fue partidario de El peor de los caminos: la revolución. Octavio Paz en cambio, en la parte más importante de su carrera como escritor, además de llegar ser un pensador, fue uno de los más acendrados defensores de la democracia y de la profundización de una original para Latinoamérica. 

Es cierto que el tiempo cósmico es muy largo y el de vida demasiado breve. Pero igual acontece con los procesos socio culturales: suelen ser muy tardíos en comparación con lo apremiante de las exigencias del ser humano para cubrir sus necesidades y lograr un progreso seguro y sostenido. Es tarea de las vanguardias empujar los cambios para que los seres humanos coronen sus objetivos en tiempo real. 

Los costos son demasiado altos psicológica y humanamente para la gente, cuando las sociedades tardan demasiado en diseñar con mano propia el modelo adecuado para su cultura y sus instituciones políticas, económicas y sociales, para crecer con bienestar material, seguridad social y garantías de futuro. Hasta ahora, solo Uruguay y Costa Rica pasan el examen de sociedades económicamente estables y sistemas democráticos aparentemente consolidados. 

La crítica como arma para mejorar

Si conocerse física, psicológica y espiritualmente constituye el primer paso para que opere la fase de autoaceptación como individuos, también una sociedad debe interiorizarse para aceptar social y culturalmente, como colectivo, sus limitaciones.

Esa toma de conciencia, introducida mediante una buena educación que se inicie desde la casa, le permitirá a la sociedad mejorarse institucionalmente al conocer sus carencias y malos hábitos sociales y culturales -lo errado de algunas creencias y concepciones de la sociedad y del mundo-, histórica y antropológicamente procesados sociológicamente por la mezcla de culturas que la conforman. La vida está cambiando violentamente y los programas educativos deberían ir modificándose en paralelo al ritmo en que ésta cambie.

Al conocerlos y estudiarlos a fondo, si los manejamos con depurado acento crítico, con ánimo de hacer la vida más promisoria y la sociedad más justa, iríamos al fondo de los asuntos, como diría Cosió Villegas, y los males en lugar de factores de atraso, podrían volverse valores acicates de verdaderas fortalezas. 

La limitación fundamental del mestizaje es que todos somos mestizos culturalmente y casi nadie lo acepta. A nosotros los venezolanos, y allí comienza nuestra tragedia, no nos agrada, como a la mayoría de los habitantes de los países latinoamericanos, la denominación de mestizo. Creo que más bien nos molesta y hasta nos ofende.

Asociamos el término con perdedores: el español, el indio y el negro. Ni siquiera nos gusta la conexión directa con el hispano, pues de las sociedades europeas, España, al igual que Portugal y Grecia, es percibida como un peso muerto en la condición racial.

En todo caso, el único vínculo que parece agradarnos con los blancos peninsulares es el que se establece con la realeza; de allí el ego monárquico y, por lo tanto, patético, de la generalidad de los mestizos. La mayoría de nuestra gente de clase alta, media, trabajadora y humilde, desconoce, esconde o disimula sus raíces y sus ascendientes negroides y aborígenes. 

Existe una especie de vergüenza étnica y ahí, repetimos nuestra desgracia, pues aun odiando y amando a los Estados Unidos –en un duro conflicto interior, entre lo mucho que sabemos nos han enseñado y lo perversos que nos han hecho creer las ideologías de izquierda  que son– nos sentimos en el fondo más identificados con los valores de los blancos y el multiculturalismo norteamericano, por ser exitoso en lo económico y social, que con las derivaciones propias del multiculturalismo latinoamericano que nos enorgullece tanto en el arte, especialmente en la literatura. 

Carlos Fuentes y El espejo enterrado

Ese cruce de razas que hizo posible una nueva y vasta cultura todavía no la hemos terminado de descifrar. Es aún confusa y no se nos muestra o no hemos sabido explorar o no hemos podido decodificar para llegar a ella; identificarla e identificarnos con un cristal de masa que, de acuerdo con esa categoría de Elías Canetti, utilizada en Masa y Poder, nos convoque y dé sentido a nuestra vida como cultura y existencia. Hay avances, pero también muchas piezas sueltas que siguen desparramadas, esparcidas, regadas, en los espacios infinitos y en el tiempo circular de América.

En un hermoso libro de Carlos Fuentes, El espejo enterrado, se exaltan de manera brillante miserias y grandezas de nuestro multiculturalismo, y la bendición que ha significado el intercambio cultural que cristalizó en el mestizaje con toda su carga de tragedia y esperanza.

Fuentes sostiene, además, que si bien en los aspectos políticos y económicos no hemos podido encontrar un camino como sociedades estables debido a la fragilidad institucional, pocas culturas poseen en el mundo una riqueza comparable a la nuestra.

A pesar de todas las buenas calificaciones y consideraciones de las mejores plumas de este subcontinente para exaltar nuestro mestizaje o multiculturalismo, siguen teniendo preeminencia en el desarrollo y la vida social, política y cultural de América Latina, el modelaje inconveniente de la madre patria:

El exagerado estatismo, el patrimonialismo en la conducción y el manejo de los asuntos públicos, el autoritarismo, el mercantilismo, el militarismo, el comercio como base de la economía y la exportación de materia prima. Para tragedia nuestra, del indio heredamos la resignación y del negro la docilidad y la indiferencia.

En política, la anarquía, la fragmentación, la mentira y la simulación. Da la impresión de que la democracia fuera un asunto de sectores adelantados de las sociedades que obtienen respaldos de las mayorías, pendularmente a las emociones y a los días de fiesta. 

Los partidos tradicionales ya no tienen proyecto que ofrecer. La democracia es un esqueleto sin ideas, sin corazón y sin músculo con que rellenarlo. Existe un vacío total de liderazgo, con la sola excepción visible de Álvaro Uribe en Colombia.

La iglesia, a pesar de ser una fuerza que acompaña el progreso y a la democracia, en determinadas situaciones actúa como freno a reformas tan indispensables en Latinoamérica como una ley que facilite las condiciones para el aborto y el control de la natalidad. 

Las medidas sociales que requiere esta parte del mundo tienen que ser, además de novedosas, audaces. Hay muchas formas de combatir la pobreza a mediano plazo. Para mí, una de las principales es controlar y penalizar severamente la paternidad irresponsable, educar, educar y educar e invertir, invertir para crear millones de fuentes de trabajo productivo. Para ello, es indispensable permitir a las mujeres prevenir o librarse de una carga que no quieren o no tienen cómo sostener. 

América Latina en un laberinto

América Latina, hoy más que nunca es un laberinto que por ahora, con los nuevos gobernantes, menos aún podrá encontrar su destino. El mundo para el que ellos tenían cartillas ya no existe; por eso lucen desconcertados, extraviados. Sin una alianza auténtica con el sector empresarial no se va a ninguna parte. Los ejércitos no pueden corromperse como lo hizo Hugo Chávez. Las constituyentes se acabaron: la gente descubrió que son una treta para tiranizar. 

Las declaraciones de Lula Da Silva a principios de la semana, representan una canallada o el anuncio de senilidad de un político en su ocaso. Decir que el problema de Venezuela es parte de una narrativa construida por el solo hecho de caerle mal a los Estados Unidos –lo que ha provocado que le impongan más de 900 sanciones–, luce simplemente desconcertante. Lula, definitivamente, se mostró un ser humano mentiroso y ruin, totalmente desfasado de la realidad, nada ponderado y serio para gobernar un país como Brasil. 

La reunión convocada por este irresponsable, es un nuevo espectáculo para mentir y simular de una manera descarada. Yo diría que, más bien, es una reunión de enfermos terminales en la fase agónica, que apenas si sostiene paradójicamente la frágil institucionalidad que sobrevive de la democracia.

 El tiempo de esa izquierda terminó y no tiene fecha de renovación. Fueron la expresión de la síntesis de lecturas mal hechas de panfletos infames, que han tenido un costo de oportunidad muy elevado para los pobres y todas las sociedades de América latina.

Un llamado de atención final

Es hora de que las clases más adelantadas y pensantes se miren en el espejo del rotundo fracaso de su elite política, en casi todas las versiones de los países que la conforman, donde las principales características de sus líderes han sido la falta de cohesión, de continuidad, de creatividad, sensatez y de sentido común. En pocas palabras, de auténtico liderazgo.

Kissinger, en su último libro acerca del liderazgo sostiene: Toda sociedad con independencia de cuál sea su sistema político de gobierno, se encuentra en un tránsito perpetuo entre un pasado que confirma su memoria y una visión del futuro que inspira su evolución. En ese recorrido, el liderazgo es indispensable: Hay que tomar decisiones, ganarse la confianza, mantener los principios, proponer avanzar.

La democracia es un organismo vivo que requiere que se le alimente en el día a día. Necesita cultivar el principio de que la vida es una carrera de postas y que al final, los demócratas nos necesitamos los unos a los otros. 

Todavía no hemos podido formar una sólida alianza estratégica y orgánica entre las clases políticas partidarias de la democracia liberal y del libre intercambio, con los empresarios y los sectores más proactivos de la sociedad civil latinoamericana, que en cada país tenga un proyecto de nación moderno, creativo y sostenible en el tiempo, que vaya siendo monitoreado por la sociedad civil para actualizarlo y hacerlo cada día más institucional y eficiente.

La primera de las bases, la tierra donde habrá de sembrarse ese proyecto para que en una  primavera retoñe la democracia para siempre, es la escuela básica, con una educación más didáctica que teórica que introduzca los parámetros de un nuevo modelo educativo, que combine cosmopolitismo, humanismo y tecnología en armonía y que abra las mentes y los corazones a una sociedad donde impere la justicia, la prosperidad y la fraternidad. Lejos de ideologías y religiones, donde prevalezca el sentido práctico del quehacer para mejorar material y espiritualmente y ser mejor.  

Tomo de Octavio Paz unas palabras de su discurso en la entrega del Premio Nobel (1990), en busca del presente: El sol de la historia es la modernidad y el medio para lograrla, el progreso. En mi peregrinación en búsqueda de la modernidad me perdí y me encontré muchas veces. Volví a mi origen y descubrí que la modernidad no está afuera sino dentro de nosotros mismos… América no es tanto una tradición que continuar como un futuro que construir.