Deidades, duendes y bosques sagrados: Las leyendas cobran vida en cada rincón de Mérida

Figuras en los árboles del Bosque Sagrado, Mérida. Cortesía

 

Cumbres extensas, praderas serenas, vegetación inigualable, clima helado y riachuelos encantados son la sinfonía natural que define a la región andina venezolana. Según la creencia de sus pobladores, existen pequeñas criaturas que protegen los senderos merideños, especialmente las lagunas. Muchos los definen como duendes, algunos los llaman “Momoyes”, otros los conocen como “Cabruncos”. Pueden ser traviesos y nobles con quienes respeten su entorno, pero si los hacen enojar, la espesa neblina cubre todo a su paso, la lluvia incesante obedece a sus caprichos y cualquier cosa puede pasar.

Parecen cuentos de camino, aunque existen numerosas historias que arrojan indicios sobre su existencia. Asimismo, existen personajes admirables que le rinden culto a estos seres ancestrales como el artista William Marcano quien usó su creatividad para tallar asombrosas figuras en los árboles de su “Bosque Sagrado”. La Patilla se embarcó en una aventura especial junto a este escultor, un montañista y un excursionista para desentrañar el misticismo que envuelve cada rincón del estado Mérida.





Por: Elizabeth Gutiérrez | lapatilla.com

Luis Dávila Escalante, quien está inmerso en el montañismo merideño desde hace 30 años, compartió una reflexión de la investigadora y antropóloga Jacqueline Clarac, que hace referencia a la cultura en los Andes venezolanos: “Los mitos están todos relacionados con la realidad humana. Es un mundo de leyendas y mitos que ha creado el imaginario humano a través de los tiempos donde el agua es el protagonista”. Precisamente, es un alegato que podría definir la importancia del agua, el respeto que merece y las creencias que nacen en torno a ella. 

Los relatos de criaturas míticas y sobrenaturales son una constante en la cultura popular de muchos países. Los Momoyes, seres mitológicos que habitan los páramos andinos de Venezuela, son objeto de fascinación y misterio. Para algunos, son simples mitos y leyendas, pero para otros, son criaturas reales que resguardan la naturaleza y castigan a quienes la dañan.

Laguna de Mucubají, Mérida. Foto: Elizabeth Gutiérrez

 

Luis Dávila Escalante, montañista y docente, destacó que la creencia en los Momoyes es parte de la cultura popular desde hace generaciones. Durante años ha escuchado historias sobre la presencia de estos seres en los bosques de Coloraditos en la Sierra La Culata, en el Páramo de los Conejos, en el Páramo de los Leones y otros lugares.

En la base del pico Pan de Azúcar, allí hay una cascada y un bosque de Coloraditos, que es un árbol emblemático acá de nuestros páramos. Siempre que uno llegaba a ese lugar le decían que allí habitaban duendes, y eran estos seres que se han denominado Momoyes. En ese imaginario humano creado a través de todos los tiempos, se ha dicho que allí se siente una especie de emoción muy extraña, como si te estuvieran viendo”, relató.

Una creencia que trascendió

De acuerdo con los lugareños, los Momoyes tienen la apariencia de hombrecitos barbudos, con una estatura entre 40 o 50 centímetros, lucen enormes sombreros y en ocasiones visten liqui liqui. Generalmente, aseguran que su origen se remonta hacia Boconó, en Trujillo, y en las lagunas y ríos que abrazan el estado Mérida. 

“Un conjunto de creencias allí se han ido desarrollando especialmente en las áreas rurales. Se le ve como si fuese una figura de magia divina, a quienes se le deberían hacer ofrendas con chimó, con miche. Y en cuanto a lo urbano, esa vinculación ha establecido una identidad”.

Por otro lado, Álex Altuve, un excursionista con 7 años desempeñándose como guía turístico en Mérida, explicó que estos pequeños huéspedes del páramo andino se han descrito como criaturas protectoras, cuyo deber es resguardar las zonas de visitantes y moradores, sobre todo de aquel que quisiera transgredir sus espacios. Es por ello que muchos sienten una extraña perturbación cuando recorren estos parajes.

Cortesía

 

Algunos lugareños logran verlos pero de repente se hacen invisibles y traviesos. Ríen y cantan sin parar, y hasta se alborotan en medio de la lluvia. Es muy común relacionar al arcoiris con la presencia de los Momoyes, donde según termina este fenómeno óptico, se encuentran danzando”, mencionó.

Mientras que Dávila Escalante aludió que estos fenómenos pueden ser una mala jugada de la mente o quizás de una energía habitual de esos lugares. Siempre, desde muchachos, escuchábamos decir que eran los duendes y que ellos se molestaban cuando las personas lastimaban la naturaleza, especialmente el agua, cuando no se entraban a esos lugares con respeto y que pudieran ocasionar castigos a las personas, robarle cosas, hacerle travesuras”.

El mundo del Ches

En palabras de Luis Dávila Escalante, también director de una Institución Educativa Nacional, la comunidad merideña ha centrado su atención de la misma manera en el mundo del “Ches”, el padre o el creador de todos los hombres andinos.

Hay lugares, como La Bajada del Ches, donde el reino del Ches hoy en día está tan latente como para nosotros el cristianismo en esa cosmovisión que se hace en algunas culturas, y curiosamente, no sé si tenga relación con los Momoyes, pero este reino del Ches también tienen a los duendes protectores de sus comunidades y habitan especialmente debajo de las lagunas. En el Páramo de los Conejos, específicamente detrás de La Cara del Indio, hay una que se llama La Laguna de las Iglesias. Tiene un nombre indígena chirú. Toda la creencia y cosmovisión de ese poblado del Caserío de las González asegura que allí debajo está el mundo del Ches. Hay unas cuevas también en la parte de afuera donde dice que habitan los Checes y que son las divinidades por excelencia de todas estas tierras andinas.

Figuras en los árboles del Bosque Sagrado, Mérida. Cortesía

 

Cada mito que se pasea entre los senderos de la región andina, que para muchos podría ser una experiencia imaginaria del hombre, es un hecho cultural y una realidad social que forma parte de la identidad de los pobladores que se transmite de una generación a otra y poseen un valor histórico universal. “Con el tiempo, esos relatos van haciéndose más consistentes en una cronología donde cada persona, que va teniendo vivencias a lo largo de su vida, se la va comunicando a otros y otros ven cosas a su alrededor, lluvias, tormentas, quizás el sonido de algunos animales, pero que siempre dentro de su ideal diario imaginario van creando y ampliando más lo que son estos mitos”, recalcó Luis.

Un “Bosque Sagrado”

William Marcano, el artista detrás del “Bosque Sagrado” es Licenciado en Historia egresado de la Universidad de Los Andes. Su infancia y adolescencia transcurrieron en el estado Anzoátegui, pero admitió que Mérida lo cautivó desde su primera visita por la belleza de sus paisajes y la amabilidad de su gentilicio. “Decidí quedarme, conocer en profundidad su imponente geografía y adquirir un sitio propio para echar raíces. Después de disfrutar de las montañas y paisajes merideños conocí a quien hoy comparte conmigo este hermoso proyecto de vida, Mireya, y juntos emprendimos el camino”, contó.

Figuras en los árboles del Bosque Sagrado, Mérida. Cortesía

 

El “Bosque Sagrado” es un espacio geográfico de 5.750 metros cuadrados y se encuentra ubicado en El Valle, vía La Culata, dentro de la subcuenca del río Mucujún. Abrió sus puertas al público hace 10 meses y desde entonces, se convirtió en un espacio de exploración y meditación. 

Figuras en los árboles del Bosque Sagrado, Mérida. Cortesía

 

En su interior, existen 26 figuras, algunas representan entidades del bosque y  otros personajes históricos como Guaicaipuro y Tamanaco. El nombre de Bosque Sagrado viene dado por nuestra creencia y convicción que este lugar tiene mucha magia espiritual, dentro de él sentimos mucha energía, conexión con la naturaleza y sus entidades”, expresó.

Marcano contó que el mayor acercamiento con estos seres elementales los experimentó a través del contacto personal con los “abuelitos” que vivían en muchos parajes de las montañas merideñas. “En mis caminatas con amigos por variados senderos, nos gustaba subir a algunos sitios a disfrutar de la naturaleza y conversar con las personas que vivían allí.  Muchas de estas personas, y sobre todo los más viejitos, nos hablaban con mucha convicción de las entidades del bosque que vivían en las ciénagas y cuevas. Eran seres con poderes sobrenaturales capaces de hacer las cosas más inverosímiles”.

“Posteriormente y mediante escritores nativos como Tulio Febres Cordero y algunos otros, supe que nuestros aborígenes ancestrales creían y adoraban al Ches, considerado por ellos como el dios supremo, con poderes extraordinarios”, agregó.

El Miguel Ángel de los árboles

El escultor hizo énfasis en que las tallas realizadas fueron hechas con todo el conocimiento y cuidado que requería el desarrollo de estas obras para evitar causar daño a los árboles. Antes de procesarlo, siguió las leyes con fervor y pidió permiso a la naturaleza. La intervención debía ser en cuarto menguante, puesto que durante esta fase de la Luna, la savia está concentrada en las raíces y el tallo es más seco. “Luego, evitar realizar lo que se denomina el anillado del árbol, que consiste en un corte profundo alrededor del tallo, cortando el flujo de la savia desde las raíces hasta toda la estructura del árbol. Si se realiza el anillado el árbol muere”, explicó.

Figuras en los árboles del Bosque Sagrado, Mérida. Cortesía

 

En relación con lo anterior, continuó: Otra de mis motivaciones al crear las tallas fue darles una identidad a estos árboles y de esta manera, además de lograr una conexión directa con su energía, llevar un control de su estado. El árbol intervenido con una talla crea en su proceso regenerativo un marco alrededor de la imagen denominado ‘labio cicatricial’ que tiende a ir recubriendo el espacio intervenido. Periódicamente y para evitar algún tipo de ‘infección’ por las polillas o comejenes, le hacemos un tratamiento natural con canela, aceite y sustancias de origen vegetal (cúrcuma, onoto, entre otros)”.

Willian se siente orgulloso por la aceptación de los visitantes que han presenciado esta galería natural. Cuando hice esas imágenes fue con un sentido puramente espiritual. Sin embargo, por los comentarios positivos de la gente cuando conocen el bosque me siento complacido”.

Figuras en los árboles del Bosque Sagrado, Mérida. Cortesía

 

Por su parte, el guía turístico Alex Altuve vivió una experiencia “mágica” e incomparable dentro de este mundo de fantasías. Sintió que cada paso en medio de la serenidad era sigilosamente vigilado por cada una de estas esculturas. “Un lugar que te inspira respeto y agradecimiento. Al entrar es como si formarás parte de un cuento, de una historia de esas que leías cuando era niño. Es admirable el trabajo del artista y como su oficio mantiene una armonía con la naturaleza, además de avivar la tradición oral que hoy toma forma en cada una de sus esculturas”.

Entre la realidad y la superstición

El misterio de los seres que habitan en la naturaleza siempre ha sido un tema que despierta nuestra curiosidad y al mismo tiempo genera cierto temor. Dávila Escalante mencionó algunas de sus experiencias más peculiares en la Sierra La Culata, donde pudo sentir una energía particular que le erizó la piel.

Luis detalló cómo se aventuró a subir al Páramo de La Culata completamente solo, confiando en la protección divina. Pasó dos noches en lo alto, sin compañía y con un frío extremo, hasta que experimentó un inusual sentimiento de angustia y pánico. 

Pasé por al lado del bosque de Coloraditos e imaginaba que salían estos seres de allí. Justo en ese lugar se siente una energía extraña y escuché ruidos, sonidos, quizás del viento, de la vegetación que se movía alrededor y sentí de alguna manera mucho miedo, pensando en la locura de ‘qué hacía yo allí solo’ (…) y salí a ver que había por allí en total oscuridad. Grité para ver si había una respuesta y nada”.

“Nunca vi ningún ser pequeño, ni barbudo, ni nada por el estilo, pero dentro de la imagen que uno crea en su mente, yo pensaba que sí (…) esa noche no pude dormir bien porque la mente humana es la que crea esas cosas dentro de uno”, añadió.

Y esa fue solo una experiencia de tantas que le tocó enfrentar. En otra ocasión, estuvo acampando con amigos en la laguna Albarregas, y en una noche estrellada apareció de repente una luz inmensa detrás de uno de los cerros “como si hubiesen salido mil reflectores”. Corrieron y llegaron al sitio rápidamente, para descubrir con sorpresa que no había nada. “Los misterios del universo son tan grandes, que estos elementos que los hemos hecho culturales para nosotros, quizás han creado toda esta parte mitológica”, reflexionó.

Dávila Escalante, quien ha dedicado gran parte de su vida a la exploración de las montañas y a la conexión con la naturaleza, sostiene que “solo que dentro de la cultura, del contexto de la historia y la antropología, que es lo que se maneja para el estudio de estas cosas, pues habrán ciertas experiencias que le dan veracidad a este tipo de mitología”.

Además, señaló que para la cultura andina, la montaña es considerada un ser vivo inmenso y sagrado, al igual que otros elementos naturales como el agua, el viento y las plantas.Sin embargo, el montañista no descartó la posibilidad de que estas criaturas legendarias existan, ya que la verdad detrás de la vida y la trascendencia del hombre es desconocida y misteriosa.

Quizás esos espíritus aún están latentes por allí y no son tan malos como los han pintado. Quizás son personas o seres espirituales de mucha bondad y lo que quieren es que el planeta se mantenga intacto, sin contaminación y que, por supuesto, les molesta que se atente contra la pureza de estos santos lugares”, concluyó.