El barrio precario más emblemático de Argentina también quiere ser turístico

El barrio precario más emblemático de Argentina también quiere ser turístico

Marcia, Pachi y Yuvi son tres vecinas del Barrio Mugica (Villa 31) y junto con Brian, Iris y Víctor forman parte de Ajayu, un grupo que organiza recorridos turísticos locales.

 

 

 





No sale en las guías de turismo pero el Barrio Mugica o Villa 31, como popularmente se conoce al más emblemático asentamiento de viviendas precarias de Buenos Aires, está impulsando visitas turísticas con un objetivo: mostrar su riqueza cultural y gastronómica y desterrar la imagen de inseguridad y delincuencia que se tiene de lugares como este.

Llegar a esta barriada de más de 40.000 habitantes es fácil: su particularidad radica en que, como si de una isla se tratara, está dentro de Retiro, una de las zonas más acomodadas de la capital argentina, a pocos metros de uno de los hoteles más lujosos y junto a una de las estaciones de mayor circulación del país.

“Lo que queremos dar a conocer es que tenemos muchas culturas dentro de nuestro barrio, también mucha gente que trabaja, y que no somos como nos ven afuera, que solo salimos a robar. Salimos mucha gente a trabajar, y mucha gente dentro del barrio trabaja acá mismo, porque somos como una mini ciudad”, cuenta a EFE Laura Cejas.

Esta joven de 27 años, nacida en Buenos Aires pero hija de inmigrantes bolivianos asentados en el barrio, es una de los tres guías de Messa Mugica, agrupación que desde hace unos meses impulsa recorridos para mostrar los productos tradicionales de la villa, poblada principalmente por bolivianos, peruanos y paraguayos.

Los guías esperan a los visitantes en la entrada ubicada entre la terminal de autobuses y la de trenes, dejando atrás una multitud de vendedores ambulantes. Ya dentro, una recientemente remozada calle de casas pintadas de colores da la bienvenida a ‘la 31’. “Tenemos 11 subbarrios, nuestras mini comunas, pero son más, porque por cada inmigración que hubo se nombraron nuevos barrios”, señala Cejas.

Más adelante, la calle Alpaca o “paseo de compras” bulle entre viandantes y comercios con su seguidilla de estrechas y precarias viviendas, con escaleras de caracol en las fachadas y cientos de cables cruzados en el aire, estampa característica de las llamadas ‘villas miseria’ argentinas.

Pascuala, Petita para los amigos, una peruana de 65 años que lleva 25 en el barrio, rezuma amabilidad en el puesto a la entrada de su casa, una de las paradas de la ruta, donde vende especias y productos como “papalisa de Bolivia o Perú” -que “hasta a los venezolanos les gusta”- y jugo de maíz hervido que ella elabora.

“Muchos productos que preparo vienen de afuera. Los turistas vienen a comprar y les agrada también”, remarca.

90 AÑOS DE HISTORIA

El origen de la Villa 31 se remonta a 1932, cuando, tras la crisis de 1929 y aprovechando la cercanía con el puerto, inmigrantes comenzaron a poblar la zona de manera informal. Desde entonces, ha ido creciendo de manera explosiva con la llegada de personas del interior argentino y países limítrofes.

El hacinamiento, pobreza y marginalidad que durante décadas se fueron enquistando en las villas -cada una con evolución y características propias-, se dieron históricamente la mano de los hechos de inseguridad, a menudo vinculados a la droga.

Aunque “La 31” -cuyo nombre oficial homenajea a Carlos Mugica, sacerdote que desarrolló su labor comunitaria en la villa y fue asesinado en 1974 en medio de la violencia política que asolaba Argentina-, es una de las más desarrolladas e incluso está allí el Ministerio de Educación capitalino, hay zonas que algunos vecinos aconsejan evitar en algunas horas.

“La inseguridad existe acá como en otro lado. La gente laburadora existe acá como gente que se dedica a la delincuencia también”, señala la paraguaya Patricia Esteche, otra guía de las rutas, que permiten saborear delicias como la chicha peruana, el chipa guazú paraguayo o las empanadas del norte argentino.

El recorrido, de dos horas, cuesta 3.500 pesos por persona (17 dólares) e incluye seis degustaciones en distintos locales, entre ellos Las Palmeras, considerado uno de los mejores restaurantes peruanos de Buenos Aires. Una iniciativa que se suma a otras rutas turísticas que desde hace tiempo desarrollan otros grupos en la villa.

La urbanización impulsada en los últimos años por el Gobierno capitalino -que también colabora en la formación de los guías de Messa Mugica- favoreció mucho, asegura Patricia, para que uno pueda entrar “con más tranquilidad, recorrer y ver cómo mejoró el barrio”, que es uno más, “con algunas carencias pero un barrio más”.

Laura, técnica química, desvela que cuando era pequeña le daba vergüenza decir dónde vivía por los prejuicios. “En el recorrido vas a ver que no es nada de lo que dicen afuera. En cada lado tenemos partes de poblaciones que están en situaciones muy difíciles, pero nosotros como barrio nos ayudamos entre vecinos”, concluye.

EFE