Pedro Vicente Castro Guillen: Sociedad y educación

Pedro Vicente Castro Guillen: Sociedad y educación

Pedro Vicente Castro Guillen @pedrovcastrog

En la forma de concebir la relación entre educación y sociedad se ha producido un gran extravío. Pareciera que en nuestros tiempos la relación más importante es la dada por la mediación del Estado, es decir, por la delegación de esta acción a la responsabilidad del Estado. Pero, además, se ha privilegiado dentro de la acción estatal su sustento legal y presupuestario, dejando prácticamente de lado, lo que es para nosotros fundamental, el problema educativo y moral. El hecho que la educación tiene su mayor sentido si se configura dentro de un plexo de valores que deben surgir de la sociedad, porque es la sociedad la que le otorga legitimidad a la acción educativa, y no la función del Estado.

En el mundo griego lo fundamental fue la Paideia (???????), que puede traducirse liberalmente como formación/educación, donde de la enseñanza de las virtudes (valores) y de su ejercicio se derivaba la política, es decir, la política era el efecto del ejercicio de las virtudes. Con ello la educación no era una función de la sociedad y mucho menos del Estado, sino un asunto que surgía de la sociedad en su conjunto. Porque la bondad política dependía de las virtudes, a este respecto, las pasiones -buenas y malas- eran las que movilizaban la acción, mientras que las virtudes eran aquellas que las contenían, y a resultas de esta interdicción, era posible la existencia de una sociedad política.

Con la modernidad, el acontecimiento inaugurado por Descartes, ocurre una revolución de carácter radical que consiste, en que mientras en el mundo premoderno el saber no movilizaba la acción social; el conocimiento superior era especulativo no buscaba ninguna trasformación; sólo el conocimiento, la razón práctica (ética) era dirigida a la modificación de algo, pero que no era el mundo, sino de aquel que se ocupaba de cultivar ese saber a partir de lo que se llamará después la “inquietud de sí”. A partir del siglo XVII, el saber se convierte en transformador, no del hombre sino del mundo.  El mundo se modifica en algo que contiene un saber que es accesible al conocimiento por medio de la ciencia.





La modernidad se construye a partir del saber proporcionado por la ciencia en sentido amplio: naturales, sociales y humanas. De acuerdo con lo anterior, no es muy difícil entonces ubicar la verdadera importancia de la educación como sistema social global -al que por supuesto- corresponde una función. Pero, lo que intentamos transmitir es que hay que poner el acento en el sistema y no en la función, para poder reorientar la función.

Con todo lo dicho anteriormente, es posible darse cuenta donde está el extravío actual de la educación. El saber afecta y condiciona toda la vida humana de la sociedad moderna. Al rebajarla a simple función perdemos de vista su carácter protagónico y esencial para la construcción, estabilidad y conservación de la sociedad, que en occidente es fundamentalmente una sociedad democrática, lo que hace más exigente la formación de sus ciudadanos.

El saber que proporciona la educación a través de la investigación (producción de saber) y la docencia (distribución), es el soporte de la capacidad crítica de la sociedad. Aquella, según la cual se podían contestar las preguntas claves propuestas por la filosofía moderna: ¿Qué puedo conocer? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo esperar? Dejando de lado una explicación exhaustiva de los tres interrogantes, vale decir, que hoy por hoy en el caso de la segunda -precisamente la que implica el problema ético/moral-, es muy dudoso su balance crítico, toda vez que la crisis actual de sociedad democrática, gravada por déficits cada vez más ostensibles que la escoran hacia tendencias autoritarias o francamente totalitarias, hace obligatorio preguntarnos sobre el papel de la educación en esta realidad que arropa al conjunto de las sociedades occidentales.

Desde la óptica de la destrucción social global que abruma con extremo dramatismo a la sociedad venezolana, tampoco es difícil asociar tal proceso de aniquilación al proceso de deterioro educativo sentido con mucha fuerza en el último cuarto del siglo anterior. Comandado por un hiperestatismo que fue precisamente lo que el castro-chavismo privilegio con estulticia en su gestión iniciada en este siglo. Esto conllevó, y aquí si se les debe conceder cierta originalidad, a el intento de poner la educación al servicio de la más descarada ideologización política, cosa que se vio frustrada, porque este esfuerzo solo podía devenir en la destrucción del sistema, que fue efectivamente lo que terminó ocurriendo.

Para salir de esta situación se debe construir un nuevo sistema educativo, que debe partir del cambio político necesario para que Venezuela se pueda sintonizar al Siglo XXI. Es decir, partir del saber como proceso de transformación, sus procesos de reformas disruptivas desde finales del Siglo pasado, las nuevas maneras de profesionalización y acceso al mercado de trabajo, las nuevas carreras, las nuevas prácticas de crear conocimiento, las nuevas formas institucionales híbridas de la investigación científica y su relación con la sociedad. La necesidad de recuperar el sentido ético-moral de la educación y sus maneras de articularse para ser el fundamento del cambio, pero también de la estabilidad a largo plazo de la sociedad democrática.

Insistimos en que es la sociedad y los ciudadanos que la conforman los que tienen que ser los garantes del sistema, de donde deriva su legitimidad. A ellos les incumbe el deber de ser sus impulsores, de donde surgen las tendencias para su planificación, control y evaluación. Deben ser la fuente de sus transformaciones legales y funcionales dirigidas por un fundamento ético-moral secular, sometido siempre a la discusión pública que debe sustraerse siempre de la tentación de la delegación de esta importante tarea de los ciudadanos a entes subalternos que terminan confiscándola y apartando a los ciudadanos de una acción que solo ellos pueden legitimar, al menos, en una sociedad democrática.  

La crítica por el conocimiento debería protegernos de la excesiva ideologización, que se expresa en el hecho de que, para reconocer comportamientos sensatos y razonables en relación con el ambiente, con nuestros semejantes, con los animales, por solo poner algunos ejemplos de moda, lo pertinente es que la sociedad educada forje una perspectiva ética/moral sobre estos asuntos, y no que se cargue por imposiciones ideologías surgidas de cenáculos con interese oscuros y sin ser sometidos a la crítica pública.  Una sociedad democrática será educada cuando seamos capaces de reconocer nuestras diferencias desde la perspectiva de valores que puedan ser evaluados sin restricción a un mecanismo ideológico y mucho menos sujetos a una limitada lógica medios-fines; sino desde la crítica en el sentido que fue inaugurado y evolucionado este vocablo en el occidente moderno, como verdadero principio (arje) de la democracia.  

Pedro Vicente Castro Guillen