Yoani Sánchez: El paciente más vigilado del mundo

Yoani Sánchez: El paciente más vigilado del mundo

Es fácil detectarlos: llevan pelo corto y observan detenidamente a todo el que pasa cerca del hospital Calixto García en La Habana. Son los miembros de la Seguridad del Estado que patrullan el centro hospitalario donde está ingresado -desde el pasado 2 de mayo- el artista Luis Manuel Otero Alcántara, el paciente más vigilado del mundo. Desde que fue internado, solo se le ha visto a través de unos burdos videos, muy editados, que difunde la propia policía política.

Los amigos de Otero Alcántara insisten en hablar directamente con él pero no se les ha permitido visitarlo y el artista tampoco tiene acceso a un teléfono para comunicarse sin intermediarios. Los días se van acumulando y cada vez se hace más insostenible la versión oficial de que, tras más de una semana en huelga de hambre y sed como protesta por la represión, este habanero de 33 años había llegado al hospital en perfecto estado y con unos indicadores de salud envidiables.

¿Si está en buena forma física por qué lleva más de dos semanas retenido? ¿Qué está ocurriendo realmente en las largas jornadas que el artista pasa entre las cuatro paredes de una sala de ingreso? Todas las respuestas que vienen a la mente al formular tales preguntas son, cuando menos, inquietantes. La complicidad del aparato médico oficial con la represión tiene un largo historial en esta Isla. La publicación inconsulta de historias clínicas de disidentes en los medios oficiales y los encierros en manicomios de gente que protestaba de forma pacífica en la vía pública forman parte de ese preocupante contubernio.

Si a eso se le suma el estricto operativo que rodea al hospital Calixto García desde la llegada de Otero Alcántara a uno de sus pabellones y el arresto de varios activistas que han intentado acercarse, entonces las preocupaciones crecen aún más. Entre quienes podrían lograr acceder al lugar, rodeados de cierta protección, están las figuras más importantes de la Iglesia católica, los miembros del cuerpo diplomático extranjero y los corresponsales de medios foráneos cuyo trabajo es reportar lo que ocurre en la Isla. Pero todavía no lo han hecho.

Se desconoce hasta ahora si ha habido gestiones de alguno de ellos para acceder a la sala donde el artista pasa sus días, pero lo más probable es que la mayoría de estos obispos, embajadores y reporteros acreditados haya sopesado el costo que tendrá hacer un pedido de esa naturaleza a las autoridades cubanas. Por el momento, su parálisis apunta a que han medido el precio de interceder o de informar sobre la situación de Otero Alcántara y, después de evaluar los pros y los contras, han optado por mantener la distancia y no incomodar a la Plaza de la Revolución de La Habana.

Mientras los cómplices callan y los indecisos se mantienen en las sombras, la vida de un hombre que hasta hace poco era pura energía puede estar despeñándose por oscuros abismos. El irreverente artista que organizó una bienal de arte independiente, protestó por la remoción del busto de un líder comunista y llevó durante varios días la bandera cubana sobre su cuerpo ahora se ve callado y huesudo en las imágenes que filtra el oficialismo: un paciente de mirada apagada y cuerpo debilitado.


Este artículo fue originalmente publicado en la Deutsche Welle para América Latina

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