Lo último que vio Rufo Chacón fue el escudo del policía y el destello de fuego de la escopeta. Ocurrió hace poco más de un año, cuando participaba con su mamá en una protesta pacífica por gas doméstico en su ciudad natal, Táriba. A sus 16 años de edad, un disparo a quemarropa lo dejó sin visión en ambos ojos y con una fractura del tabique nasal que necesita reconstrucción.
Ana Barrera || Crónica Uno
Llegó al encuentro con Crónica Uno ataviado con ropa deportiva. Se le nota más alto. Su rostro, que muestra marcas de los más de 50 perdigones que aún lo acompañan, se ve más sereno y tiene cierto swing urbano al caminar, y cuando no habla tararea algo con ritmo de hip-hop. Suena sus dedos y mueve la cabeza al ritmo de la música que solo él escucha.
Pese a su condición, cursaba estudios en la Universidad del Táchira, pero los tuvo que congelar para no perder el año debido a los constantes viajes preparatorios que debe hacer para sus intervenciones quirúrgicas.
Ahora usa prótesis oculares con las que no puede ver, pero le agregan estética a su rostro hermoso. Quien no conozca su historia, no cree que esos no son sus ojos. Sus otros sentidos parecen haberse agudizado. Rufo espera iniciar clases del método Braille para poder comunicarse mejor. Aseguró que la música fue su refugio desde el inicio de su tragedia.
“Estaba en Valencia y tenía la moral baja por todo lo que me había pasado y, tras hacer un ayuno de tres días, pude reflexionar y, aunque no quería, debía seguir adelante, y me propuse que desde ese día iba a defender al pueblo de todo lo malo, por lo que empecé a componer una canción“, narró.
El ayuno de Rufo fue para reencontrarse y despojarse de esa pesada carga que le estaba apagando la luz. Su madre, Adriana Parada, agobiada, temía que cualquier cosa pudiera pasar. En varias oportunidades advirtió que su hijo no quería vivir. Pero fue este ayuno, y el apoyo de muchos, lo que ayudó a Rufo a salir de esa tristeza que le embargaba.
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