La situación a la que nos enfrentamos con la ratificación de una Constitución hecha a la medida por una Asamblea Nacional Constituyente electa de manera ilegal, nos coloca en una situación de abismo, de división, enfrentamiento, descalificaciones a lo interno de la ya debilitada oposición política, que no podemos confundir con la abrumadora mayoría que rechaza a Maduro y su gobierno, son dos elementos distintos con sus respectivas identidades e intereses. El desencanto, la desesperación, el rechazo, no ha podido ser politizado por los partidos y su dirigencia, lo que se traduce en una radiografía en donde el diagnóstico es de falta de coherencia discursiva, y de un líder creíble que capitalice el enorme descontento. Por alguna razón atávica que se ha intentado explicar pero nunca queda totalmente esclarecida, el destino de Venezuela en tiempos de crisis, se identifica más con la aparición de un líder mesiánico, que con el cumplimiento de las leyes, que instituciones y ciudadanos estamos obligados a respetar y hacer cumplir.
Pero la experiencia con los líderes carismáticos y demagogos como Chávez nos ha dejado un legado negativo, así que si bien es cierto que se requiere de una cabeza visible que encarne un discurso que politice los intereses de la mayoría descontenta que quiere salir de Maduro, esa persona tiene que poseer una virtud muy importante en política, antes que nada tiene que ser un componedor de alto vuelo, que logre primero la unidad estratégica de la oposición interna y externa en una sola ruta que no es otra que la transición.
Acudir a votar o no en una eventual ratificación de la Constitución que pretenden imponer, no puede ser considerado como un acto de principios, a favor del voto o en contra, porque esa es la trampa que como estrategia ha diseñado el régimen para paralizarnos, y fomentar teologalmente una discusión que se debe dar en el espacio de las virtudes ciudadanas, que son esencialmente políticas.
La oposición está obligada a construir con valores positivos el puente de plata con la mayoría descontenta, y acumular suficientes virtudes para interpretar qué hacer para trascender esta hora menguada por la que atraviesa Venezuela.
Así que, si por algo hay que comenzar la necesaria unidad, vamos a valorizar la política para ser deseados por la mayoría descontenta, y hacer de ella una virtud en el hacer y en el obrar con grandeza, eso se traduce en abandonar posiciones principistas más no los principios, en el tema electoral, y en todos los demás aspectos de la política