Juan Carlos Sosa Azpúrua: Frankenstein, imagen que refleja a la humanidad

Juan Carlos Sosa Azpúrua: Frankenstein, imagen que refleja a la humanidad

¿Realmente era la criatura de Víctor un esperpento digno del rechazo que sufrió? Lo más cautivador del relato de Shelly, es la profunda humanidad del “monstruo”. “Nace” con un alma pura, igual que cualquier niño. No conoce las bajas pasiones, ni los sentimientos viles. Es abandonado por los prejuicios de su creador, quien no soporta la imagen que proyecta. Se trata de un espejo fraccionado, que devuelve una imagen laberíntica de emociones e interpretaciones, que en el caso de Víctor son insoportables.

Ante la imagen reflejada, el juicio de Víctor es superfluo, basado exclusivamente en lo estético. Como un César Lombroso, Víctor juzga a su “hijo” solo por su “cascarón”, sin detenerse primero a analizar cómo funciona su mente, si tiene alma, qué tipo de sentimientos es capaz de albergar.
Sí, el monstruo al principio no era malo y tampoco tonto. La criatura creada por Víctor era un ser puro, dotado de una inteligencia superior, capaz de leer y disfrutar “El Paraíso perdido”, de Milton; “Las vidas paralelas”, de Plutarco y “Las desventuras del joven Werther”, de Goethe. “La posesión de estos tesoros me produjo un inmenso placer”, afirmaba el “monstruo”.

Cuando escapó de su creador, la criatura se refugió en el bosque. Allí se vio reflejado en el agua y se asustó ante una imagen que no coincidía con la nobleza de sus sentimientos. Observando a distancia la vida de una familia campesina, lo que siente es ternura y necesidad de contacto humano. Sufre el rechazo, y se aísla de todo. La soledad comienza a minarlo, y él mismo expresa:

“Amo la vida, aunque solo sea una sucesión de angustias (…) Dondequiera que mire, veo felicidad de la cual solo yo estoy irrevocablemente excluido. Yo era bueno y cariñoso; el sufrimiento me ha envilecido (…) yo era bueno; mi espíritu estaba lleno de amor y humanidad, pero estoy solo, terriblemente solo”.

Y más adelante también afirma lo siguiente:

“Dios en su misericordia, creó al hombre hermoso y fascinante, a su imagen y semejanza. Pero mi aspecto es una abominable imitación del tuyo, más desagradable aún gracias a esta semejanza. Satanás tenía al menos compañeros, otros demonios que lo admiraban y animaban. Pero yo estoy solo y todos me desprecian”.

Lo único que desea este “ángel caído” es amor. Primero el amor de su creador: … “soy el que más merece tu justicia e incluso tu piedad y afecto. Recuerda que soy tu criatura. Debía ser tu Adán, pero soy más bien el ángel caído a quien niegas toda dicha”.

Pero ante esta imposibilidad de recibir amor, la criatura pide que se le brinde la posibilidad de tener a una ser a su lado, idéntico a él, capaz de amarlo y hacerle compañía, para así poder vivir feliz, sin contacto alguno con el mundo civilizado, ese mismo que le rechazaba y lo perseguía.

“Debes crear para mí una compañera con la cual pueda vivir e intercambiar el afecto que necesito para poder existir. Esto solo lo puedes hacer tú, y te lo exijo como un derecho que no puedes negarme (…) Soy malvado porque no soy feliz; ¿acaso no me desprecia y odia toda la humanidad? Tú, mi creador, quieres destruirme y lo llamas triunfar. (…) ¿Debo pues respetar al hombre cuando el hombre me condena? (…) Si alguien tuviera conmigo sentimientos de bondad, yo se los devolvería multiplicados; si existiera este único ser, sería capaz de hacer una tregua con toda la humanidad”.

Víctor, en un principio, accede a la petición. La historia narrada por su “hijo”, le conmueve:

“Por primera vez, experimenté lo que eran las obligaciones del creador para con su criatura, y comprendí que antes de lamentarme de su maldad debía posibilitarle la felicidad. Estos pensamientos me indujeron a acceder a su ruego (…) Me conmovió. Sentía escalofríos al pensar en las consecuencias que se derivarían si accedía a su petición, pero pensaba que su argumento no estaba del todo falto de justicia. Su relato y los sentimientos que ahora expresaba demostraban que era una criatura de sentimientos elevados, y, ¿no le debía yo, como su creador, toda la felicidad que pudiera otorgarle?”

Pero a poco de iniciado el trabajo para cumplir con su promesa, el médico se llena de dudas y desiste de su decisión inicial. Sus consideraciones son lógicas, pero vistas exclusivamente desde su perspectiva. Sigue viendo a su criatura como un engendro infernal, y teme que si crea una bestia similar, entonces podrán procrearse y llenar al mundo de una raza de seres similares.

“(…) la criatura que ya vivía aborrecía su propia fealdad, y ¿no podía ser que la aborreciera aún más cuando se viera reflejado en una versión femenina? Quizás ella también lo despreciara y buscara la hermosura superior del hombre; podría abandonarlo y él volvería a encontrarse solo, más desesperado todavía por la nueva provocación de verse desairado por una de su misma especie. Aun si fueran a abandonar Europa y habitaran en los desiertos del Nuevo Mundo, una de las primeras consecuencias de ese amor que tanto ansiaba el vil monstruo serían los hijos. Se propagaría entonces por la Tierra una raza de demonios que podrían someter a la especie humana al terror y hacer de su misma existencia algo precario. ¿Tenía yo derecho, en pos de propio interés, a dotar con esta maldición a las generaciones futuras? Me hab??an conmovido los sofismas del ser que había creado; sus malévolas amenazas me habían nublado los sentidos. Pero ahora, por primera vez, veía con claridad lo devastadora que podría llegar a ser mi promesa; temblaba al pensar que generaciones futuras me podrían maldecir como el causante de esa plaga, como el ser cuyo egoísmo no había tenido escrúpulos en comprar su propia paz al precio quizá de la existencia de todo el género humano (…) Tenía muy presente que, de crear otro ser tan malvado como el que ya había hecho, estaría cometiendo una acción de indigno y atroz egoísmo, y apartaba de mis pensamientos cualquier idea que pudiera llevarme a cambiar mi decisión”.

Como vemos, son reflexiones lógicas, pero fallidas. ¿Acaso un médico capaz de crear a un ser vivo, no tiene también la capacidad de crearlo estéril, sin posibilidades de procreación? Si siente que es egoísmo ceder a las súplicas de su criatura: ¿Por qué no pensó en su propia familia, que sufriría la venganza del “monstruo”? ¿No hubiera sido más fácil tenderle una trampa y terminar con la pesadilla antes de que ésta siguiera multiplicándose?

Los errores de juicio de Víctor Frankenstein son una constante en todo el relato de Shelley. El personaje juega con lo más sagrado, la vida, y se destruye a sí mismo en el intento. La novela está repleta de simbolismos y posibilidades interpretativas de toda clase. Se puede leer como un juicio moral pero también como una parodia del existencialismo.

Dice Víctor: “Desconocía casi por completo lo que era el desánimo; parecía estar destinado a un brillante porvenir, hasta que me hundí para siempre”.

Ese auto cuestionamiento tan propio del romanticismo se despliega a lo largo de toda la obra. Víctor y su creación son la misma persona. El monstruo termina siendo una metáfora del universo psíquico del médico, que desea alcanzar la gloria sin reparar previsivamente el alcance de sus acciones.

Víctor se va consumiendo a la par que su creación se enfrenta al mundo. Ese encuentro que hace la criatura con la sociedad, despierta los miedos, los prejuicios, las actitudes frente a lo extraño y diferente. El monstruo no solamente es el reflejo de Víctor en ese espejo fraccionado, que conduce a laberintos mentales. También es el reflejo de la humanidad.

Dice la criatura:

“Cuando repaso la horrenda sucesión de mis crímenes, no puedo creer que sea el mismo cuyos pensamientos estaban antes llenos de imágenes sublimes y trascendentales, que hablaban de la hermosura y la magnificencia del bien. Pero es así; el ángel caído se convierte en pérfido demonio. Pero incluso ese enemigo de Dios y de los hombres tenía amigos y compañeros en su desolación; yo estoy completamente solo (…) Seguía necesitando amor y compañía y continuaban rechazándome. ¿No era esto injusto? ¿Soy yo el único criminal, cuando toda la raza humana ha pecado conta mí? ¿Por qué no maldice al campesino que intentó matar a quien acababa de salvar a su hija? Pero estos son seres virtuosos y puros. Yo, el infeliz, el proscrito, soy el engendro, creado para que lo pateen, lo golpeen, lo rechacen. Incluso ahora me arde la sangre bajo el recuerdo de esta injusticia”.

Es imposible leer estas reflexiones y no sentir empatía por el “monstruo”. Shelly nos transmite la profunda humanidad de la criatura, y hace una crítica feroz a la sociedad, que con sus prejuicios y odios ignorantes muchas veces transforma en viles criminales a seres cuya naturaleza primigenia era benigna.

La criatura se convirtió en monstruo por el daño que le fue causado, por razones involuntarias. Su aspecto físico era terrible, su origen natal insólito, pero no fue eso lo que hizo de él un asesino. El criminal se gestó por el tipo de humanidad que le tocó enfrentar, que le condenó a una soledad irredimible, odiado y rechazado por quienes debieron sentir necesidad de ayudarlo y protegerlo.

Primero el rechazo de su creador, luego ese odio encontrado en toda persona que se atravesase en su vida. Un odio que trascendía cualquier hecho concreto. Regaló leña a una familia pobre para que se calentara, y lo que recibió fue odio. Salvó a la hija de un campesino, y lo que recibió fue odio. ¿Cuántas personas atraviesan por circunstancias similares en la vida real?

Racismo, clasismo, xenofobia, rechazo al diferente. ¿Cómo se gesta la crueldad humana? ¿Qué pasa cuando el amor es imposible?

Mary Shelley nos brinda la posibilidad de reflexionar sobre estas cosas mientras leemos su historia de terror. ¿Quién realmente es el monstruo?

La respuesta no es simple. Porque esa criatura endemoniada que es Frankenstein no es sino un reflejo en el espejo. Y frente al mismo, están Víctor, está también la humanidad toda y estamos nosotros mismos.

El miedo nos adentra en un laberinto oscuro, donde los fantasmas que asechan sirven para enseñarnos la otra cara de lo que somos. Si el joven Werther de Goethe decidió suicidarse, lo hizo porque su existencialismo no consiguió las respuestas que buscaba en el amor, su miedo a la soledad le ganó la batalla. Werther se enamoró del amor, y se sintió traicionado. Su muerte fue una forma de odiar al amor, declararle una sentencia final por su traición.

En “Frankenstein” sentimos el mismo tipo de dilema. Víctor quiere la gloria y juega con la vida, creyendo que su amor a sí mismo es suficiente para trascender cualquier límite. Se equivoca. Descubre que sus acciones tienen consecuencias en los demás, y son trágicas. Su amor propio llevado al paroxismo produjo a otro ser vivo que – debido a sus trágicas circunstancias de vida – solo pudo recibir y dar odio.

El terror que despierta la bestia es el miedo que sentimos cuando sabemos que una verdad es demasiado dolorosa para confrontarla. Víctor teme verse reflejado en la bestia, y la expulsa de su vida. Pero no funciona el experimento. Se trata de su propia existencia. El reencuentro es inevitable. Y al producirse, se fusionan los dos cuerpos en uno solo.

Víctor termina solo, deprimido y lleno de reproches hacia sí mismo. Su consciencia se lo devora. Al monstruo, le pasa lo mismo. Revisa su vida y lo que consigue es muerte. El sufrimiento que él sintió también lo causó a otros. Termina su vida asesinando a su creador. Al hacerlo, su propia vida pierde todo sentido, si es que alguna vez tuvo alguno. Se escapa, huye a las antípodas del mundo. Prepara una hoguera y allí se incinera. Ese final, poético y trágico, es el suicidio del joven Werther transformado en monstruo. La criatura se suicida porque al comprender el significado del amor, entendió que nunca lo alcanzaría. El amor le traicionó, y su muerte fue la venganza. Al morir el monstruo, dos seres se fusionaron en uno. Creador y obra tienen el mismo final. Del laberinto del espejo no hay salida. El reflejo fue insoportable. Y entonces la imagen se desvanece con la muerte.

Esa bestia –que fue el monstruo creado por Víctor– es su propio reflejo. La imagen desaliñada y grotesca de la criatura constituye la parodia de una humanidad que le teme a la confrontación consigo misma.

Se habla del amor, se escriben canciones y novelas, toda una poesía del amor. Pero basta que un ser rompa con los esquemas preconcebidos, para que se abra la caja de Pandora y se liberen todos los demonios.

“Frankenstein” es la suma de nuestras limitaciones. Esa bestia gigantesca constituye una imagen especular. Y refleja todo lo que le falta al mundo para ser perfecto.

@jcsosazpurua

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