El desafío de los desplazados en Irak: Que los niños vuelvan a ser niños

El desafío de los desplazados en Irak: Que los niños vuelvan a ser niños

 

Policías macedonios controlar a una multitud de los migrantes y refugiados, mientras se preparan para entrar en un campamento después de cruzar la frontera con Grecia en Macedonia, cerca de Gevgelija el 8 de octubre de 2015. Macedonia es un país de tránsito clave en la ruta de migración de los Balcanes en la UE, con miles de solicitantes de asilo y migrantes - muchos de ellos procedentes de Siria, Afganistán, Irak y Somalia - que entran en el país todos los días. AFP PHOTO / ROBERT Atanasovski
AFP PHOTO / ROBERT Atanasovski

 

“Ahora que estamos aquí papá está mejor”, afirma con una tímida sonrisa Malak, una desplazada iraquí de once años que dice “volver del infierno” tras pasar dos años en una ciudad controlada por el Estado Islámico (EI), reseña AFP.





A su lado Fayçal, de la misma edad, también habla como un adulto. “Queremos volver a casa, mi padre no encuentra trabajo, tenemos frío y estamos mal alimentados”, dice Fayçal, el mayor de cinco hermanos en la tienda de campaña de la UNICEF del campo de desplazados de Hasancham que sirve de escuela.

Aquí, entre las lecciones y las actividades lúdicas, es el único lugar donde esos niños iraquíes “vuelven a ser niños”, explica Maulid Warfa, que dirige la oficina de la UNICEAF en Erbil, el norte de Irak.

“Vieron destrucciones, vieron la muerte, vivieron en medio de duros combates, escucharon enormes explosiones”, detalla Maulid Warfa.

“Todo eso tiene un impacto en el bienestar sicológico y social de los niños”, que constituyen la mitad de la población iraquí y la misma proporción entre los desplazados, agrega.

Son niños adultos mucho antes de tiempo, a menudo principal sostén de familias empobrecidas, enlutadas y desplazadas por la guerra.

En las calles del campo de Hasancham, donde viven Malak y Fayçal, unas niñas tienden ropa para secar o ayudan a su madre a lavar la vajilla.

Los niños por su parte ayudan a sus padres a transportar cajas o paquetes de la ayuda humanitaria.

“Es necesario que salgan de las tiendas para hablar con otras personas que los escuchen en vez de seguir oyendo a sus padres hablar de la guerra”, dice Suzdar Saleh, psicóloga de la ONG Terres des Hommes, que cada día ve desfilar a los niños iraquíes desplazados por la irrupción en 2014 del Estado Islámico en su región.

Malak, que no estuvo escolarizada durante dos años, viene cada día a la escuela de la UNICEF para estudiar, con la esperanza de llegar a ser “periodista o médica”.

Los administradores del califato del Estado Islámico en su localidad abrieron escuelas “de pago” que imponían a las niñas el uso obligatorio “de un largo velo negro”.

“Allí no nos enseñaban cosas para ser ingeniero o médico, sino que “una metralleta más una metralleta igual dos metralletas”, cuenta la niña iraquí.

Desde hace años las organizaciones internacionales se alarman por la situación de los niños de Irak, país que hace unas décadas era citado en ejemplo de educación y salud infantil en la región.

El Estado Islámico enroló en los grupos armados a varones adolescentes, e incluso niños, y convirtió en esclavas sexuales a niñas.

Un niño de cada tres necesita ayuda humanitaria en Irak, sostiene la UNICEF.

Más de 3,5 millones de niños no van a la escuela, agrega.

En los últimos 30 años, Irak sufrió numerosos conflictos y guerras, pero desde que el Estados Islámico se instaló en Mosul, el norte del país, de donde son Malak y Fayçal, se hundió en el caos.

La violencia está en todos lados, desde los manuales escolares hasta el hogar.

“Papá era policía antes y la gente del EI amenazaba con degollarlo”, cuenta Malak, envuelta en un largo sobretodo de lana negra.

Hoy, lejos del EI, incluso “bajo el frío” y alojados en tiendas de campaña, “estamos felices, incluido papá”, dice la niña.

“Papá y mamá juegan con nosotros, nos divierten para que olvidemos, porque, ahora sí, hemos recuperado nuestra vida de antes del infierno”, dice Malak.

Por su parte Fayçal, no logra olvidar “las explosiones, los aviones, las bombas” que empujaron a su familia a refugiarse en los de familiares en la periferia de Mosul.

“El ruido no terminaba nunca, no podíamos dormir”, recuerda ese muchacho delgado, cuyos ojos negros están en constante movimiento.

El ruido es la palabra más recurrente en los niños que atiende Suzdar Saleh.

“Cuando escuchan el ruido de un avión tienen la impresión que lo que les pasó vuelve a empezar”, explica la psicóloga.

No obstante, Fayçal, en el camino de la recuperación, dio un paso muy importante: “Estoy contento porque ahora duermo”, dice.