Norberto José Olivar: Elegía de la vida privada

Norberto José Olivar: Elegía de la vida privada

I

«La vida es ante todo, vida privada», dice Julián Marías. Renunciar a ella y rellenarnos con consignas y recetas es de una estupidez delirante. Cosa muy revolucionaria esta, por cierto. Pero la vida es también, y forzosamente, libertad, dice citando a Ortega. El tema de la muerte de la vida privada le viene a propósito de la película Doctor Zhivago y de cómo la revolución rusa intentó destruirla: «La vida privada ha muerto en Rusia», relata Marías con cierta alarma el parlamento de uno de los protagonistas de este film.

II

Mi padre guardaba una edición muy maltratada de esta novela de Boris Pasternak. No sé si aún la tendrá en su biblioteca. Sé que pasé un tiempo leyéndola, pero apenas recuerdo algunas sesiones de aquel esfuerzo casi infantil y la extrañeza que me produjo una realidad tan ajena a la mía. Las imágenes que guardo son más bien del gran Omar Sharif en su papel de Yuri Zhivago.

III

La vida privada es una aberración burguesa. Es traba perversa para la vida comunal. Es la pesadilla de cierta gentuza que desea inocular mediocridad y mutilar el pensamiento. Por suerte —nos precisa Marías— la vida es azar e incertidumbre. Lo único seguro es el derrumbe de cualquier forma de certeza. Y la vida, en su vorágine, siempre nos lleva al ensimismamiento «donde se encuentra con aquellas personas de las que se puede estar habitado, con las que cabe la ‘interpenetración’, es decir, la vida rigurosamente privada, que siempre puede renacer».Y la lectura es una forma de poblarnos interiormente. Personajes y personas son los mismos en nuestros adentros. La mente interactúa con ellos, para bien o para mal. Y todo poblamiento exige privacidad.

IV

El azar: de este breve artículo de Julián Marías que he citado, «Defensa de la vida privada», y que he leído en la pantalla del móvil, paso a La vida privada de los árboles, de Alejandro Zambra, donde uno de los personajes, Julián (¿casualidad?) acostumbra a narrar a su hijastra, Daniela, las conversaciones secretas que un álamo y un baobab suelen tener sobre aspectos de particular interés —para ellos— como la fotosíntesis, las fastidiosas ardillas escaladoras o el más divertido de todos los tópicos: la suerte que han tenido de ser lo que son y no esos bichos insoportables que se hacen llamar seres humanos. Y esos son los asuntos que les interesan, esos y no otros. El resto de esta excelente novela se discurre por cosas tan triviales y minúsculas, pero tan cargadas de significado, que solo pueden ser entendidas y vividas desde la más absoluta libertad o, como diría Marías, desde la más radical y rigurosa vida privada.

V

Para los atenienses «la vida entera era pública», dice Vallés que concluye el filósofo José Aranguren. Al parecer, la vida se les iba en el «ágora, en el foro, en la plaza, en el mercado…» y hasta las viviendas, asegura, carecían de habitaciones privadas. Leído semejante «hallazgo» diría el más desprevenido de los lectores, que este pensador confunde vida privada con una primitiva percepción del espacio público y arquitectónico. No obstante, Vallés acaba desmontando las conclusiones de Aranguren. ¿Y me pregunto cómo se puede tener la vida intelectual que se conoce de Atenas sin ese ensimismamiento que defiende Marías y sin espacios donde «desaparecer»? No creo que valga una misa esta discusión pero yo, que me considero un cazador de coincidencias, como Auster, y que escribo por amor a ellas, como diría Bernardita, encuentro que Zambra quería dejar en claro que la vida privada sí necesita de espacios y, en La vida privada de los árboles, habilita tres habitaciones —hasta donde recuerdo— a las que llama: la pieza azul, la pieza blanca y la pieza verde, cada una con habitantes y fines específicos. Lo único desagradable de Zambra es que reniega de Paul Auster, dice que es un Borges pasado por agua. Esto último no viene a cuento, pero no me lo aguantaba. Por mi parte, prefiero volver a la templanza, y buen juicio, de don Julián Marías.Y acabar con otra idea suya: «Hay pueblos en las que los estímulos personales son especialmente fuertes, lo que les permite cruzar épocas difíciles, presiones sin cuento, y encontrarse que al final de una larga y penosa jornada no se ha dejado en el camino la personalidad». No sé si esto les dice algo a ustedes. A mí, sí.

@EldoctorNo

Exit mobile version